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domingo, septiembre 16, 2018

Raúl del Pozo se despide de su mujer Natalia Ferraccioli


Algunos lectores se han interesado por el motivo de mi ausencia en esta página. Con profunda melancolía les informo, ayudándome con el título de Faulkner: he estado al pie de la cama donde agonizaba Natalia, con la que llevaba 48 años casado. Murió a las seis de la mañana del 11 de septiembre en la habitación 309 de la clínica de San Camilo. A ella le debo gran parte de lo que soy y lo poco que tengo. Durante cuatro años Natalia ha sido sometida a esa tortura medieval que es la diálisis donde magníficos médicos la mantuvieron con vida y en los últimos días lucharon en la UCI . Dice el poeta que como un naufragio hacia dentro nos morimos, pero ella se fue con la elegancia con la que se comportó durante toda su vida. Sus últimas palabras fueron para preguntarme si había dado de comer a nuestra perrita Dana; luego, sonriendo y mirando mi ropa, como una dama romana a un celtíbero dijo: "Vas muy bien conjuntado". Por último habló en italiano.
En los últimos siete años ha sido atacada por la cruel venganza del tiempo: cáncer de estómago, de mama y fallo renal. Hemos veraneado juntos a la sombra de nuestro granado y hemos visto cómo la enfermedad aniquilaba su belleza y deformaba su esqueleto. Su destrucción me recuerda a la de Isabel de Portugal, pintada por Tiziano que tanto asombró al duque de Gandía que, al verla muerta y desfigurada, con sus bellas formas borradas, ingresó en la Compañía de Jesús. La emperatriz se extinguió, no su bravura. Ordenó apagar los candelabros para que no vieran su cara deformada y cuando le recomendaron que gritara, contestó: "Me moriré, pero no gritaré".
Alguien dijo que la ciencia no alarga la vida, sino la vejez y que prolongar la agonía es multiplicar la muerte, pero Natalia ha soportado con dulzura los últimos instantes y ha muerto una sola vez como los valientes. Estuve viendo cómo iba perdiendo la respiración y la conciencia y cómo se extinguía su bella luz. Los médicos que la han atendido -Ramón Delgado, Antonio Gómez Moreno y otros-, la han calificado de "enferma diez". Se negó a salir de la sesión de diálisis en silla de ruedas, a que bajáramos la cama de su habitación a la planta baja cuando apenas podía andar. Disimulaba su dolor para no hacernos sufrir. Era un gran dama. Que nadie diga que los italianos fueron corriendo hasta Guadalajara. No he visto un ser tan valiente como Natalia Ferraccioli. Permaneció serena aunque oía, como Adrie, la mujer de Mientras agonizo, clavar y aserrar su caja. 
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