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domingo, noviembre 23, 2014

Todos ocultamos pedazo de nosotros mismos: instantes imprecisos de nuestra vida. Esos jirones están preñados de añoranzas, de deseos incumplidos, de amores imposibles o frustrados, de silencios necesarios, de mentiras piadosas. Llenos de la impotencia que, a veces, produce la vida. Esas pequeñas cosas que no solemos compartir con nadie, son las que nos hacen ser quienes somos, las que nos convierten en seres únicos e irrepetibles. Son las que guardamos en un rincón del alma.

miércoles, noviembre 19, 2014

"Me gustaría poder congelar este momento, aquí mismo, ahora mismo, y vivir en él para siempre".

Cuando el pasado te sacude un cachetón

Pasaron once años separados, sin saber nada del otro: once. En ese intervalo los dos se casaron con terceros, llegando a enterrar casi al completo aquel tórrido romance, sin duda el más intenso de sus vidas. Ella tenía un hijo, el mismo que ahora viajaba a su lado, en mi taxi, de camino al dentista. Pero al girar por Ayala dirección Velázquez, de súbito pegó un respingo.
–¡Pare!– me dijo.
Era él, caminando distraído calle abajo. Ella bajó su ventanilla y gritó ¡Carlos! Él se giró hacia el taxi y, al ver y reconocer a Laura, se quedó petrificado. Se acercó tímido al taxi, observó al niño. Laura, qué sorpresa, dijo entonces. Y os juro que los ojos de los dos echaron chispas. No sabían qué decirse, pero fue uno de esos silencios con subtítulos. Finalmente él le tendió una tarjeta:
–En fin, llámame– le dijo a ella.
Y nos marchamos.
Y ella, en secreto, le acabará llamando. Y esa llamada, después de once años, acabará por romper en mil pedazos sus dos universos. Así de imprevisible y cruel es el amor a veces.

domingo, noviembre 16, 2014

Cuando fuimos la pareja ideal (por Almudena Grandes)

Ella se enteró por su mejor amiga.
–¡Está aquí! Ha vuelto, tía, de verdad, me lo encontré el domingo en el portal de la casa de mi madre y no me lo podía creer, está igual, tendrías…
–Pero ¿quién?
A él se lo conto su hermano, en la sobremesa de una paella dominguera y familiar.
–Pues la mujer de tu vida lleva un año divorciada, no creas.
–La mujer de mi vida… ¿Cuál?
Los dos habían sido la primera pareja del otro. Cuando se conocieron no habían acabado el bachillerato. Él tenía 15 años, ella 14, y los dos eran muy guapos, cada uno en su estilo, un tanto brusco él, un pelín cursi ella, de tal manera que sus excesos se anulaban entre sí para crear un perfecto equilibrio. Hacían tan buena pareja como si cada uno de los dos hubiera nacido sólo para enamorarse del otro, y desde luego se enamoraron, con ese amor apasionadamente radical, radicalmente ingenuo, ingenuamente apasionado, de los adolescentes.
Cuando traspasaron esa barrera seguían juntos, hasta convencidos de que seguirían estándolo toda su vida, y sin embargo, en el verano de sus 20 años, él se fue de viaje por media Europa con dos amigos, mientras ella pasaba unos días de vacaciones en el chalet que los padres de una de sus amigas tenían en la costa. Y al volver a Madrid, él no la llamó. Y al comprobar que no llamaba, llamó ella. Él sólo se puso en el tercer intento, y quedaron en su bar de siempre, donde sonaba la música de siempre, y los camareros de siempre les pusieron sus copas de siempre en su mesa de siempre. Allí rompieron de una forma más serena que civilizada, porque los dos estaban de acuerdo. Yo es que no estoy segura, dijo ella, tan cursi como de costumbre. Yo no puedo más, añadió él, aportando el adecuado contrapunto de brusquedad.
Aquella noche, sus respectivas madres no pudieron dormir, y a la mañana siguiente, en el desayuno, sus hermanos no hablaron de otra cosa. La noticia se fue extendiendo, y el asombro, la tristeza, la estupefacción de quienes les conocían fueron levantando a su alrededor un cerco tan insoportable –¿pero cómo has hecho eso?, ¿pero tú te has vuelto loca?, ¿pero no te das cuenta de que estáis hechos el uno para el otro?– que los dos tuvieron a la vez la misma idea. Ella se fue a París a terminar la carrera. Él, que la había terminado ya, se largó a Tarifa y montó un chiringuito de surferos. Después regresaron y volvieron a marcharse, se casaron y se separaron, fueron, volvieron, y de vez en cuando él se acordó de ella, ella de él, y ambos pensaban en cómo habría sido su vida si hubieran acatado aquel misterioso mandato del destino, que parecía empeñado en unirles para siempre. Los dos se arrepintieron alguna vez de haberse separado, pero olvidaron igual de deprisa ese arrepentimiento.
Y aquí están. Los amigos, los hermanos, los padres y las madres se han puesto tan pesados que han quedado a tomar una caña en el bar que ocupa ahora el local de aquel otro bar que para ellos era el de siempre. Se reconocen a la primera, sin vacilar, porque ninguno de los dos ha cambiado mucho. Al borde de los 50, él, pelo más bien largo, canoso, perpetua barba de tres días, la piel bronceada y el cuerpo flexible por el ejercicio diario, sigue siendo atractivo. Ella se ha cuidado tanto, ha hecho tanta dieta, tanto ejercicio, que a primera vista parece la misma, aunque ya no es cursi y tiene arrugas de tanto reírse.
Al encontrarse, los dos deciden que su primer amor sigue siendo una persona atractiva. Y al besarse, se emocionan un poco. Por eso los dos sienten a la vez que les están fallando los pies, como si empezaran a balancearse en el borde de un abismo, pero al final todo sale bien.
Cuando empiezan a hablar, resulta que él se ha hecho del Madrid y ella sigue siendo del Atleti. Él no ha tenido hijos, ella tiene dos. Ella pide una cerveza sin alcohol y eso él nunca ha podido entenderlo. Lo que ella no entiende es que él no vaya a votar. ¿Y sigues viviendo aquí, en el barrio? Sí, estoy encantada. Yo no podría. ¿No?, pues a mí no me gusta el campo. ¿En serio? Pues no sabes lo que te pierdes, por cierto, ¿quieres otra? No, me voy a ir ya, que tengo que hacer la comida. Ya, yo también tengo prisa, pero déjame que te invite. No. Sí, Que no, de verdad. Que sí, que me apetece mucho volver a pagarte una caña, aunque sea de mentira…
Entonces ella sonríe. Él también. Se despiden, se besan, y cada uno se va en dirección contraria. Él, incluso, corre un poco. Ella se limita a andar deprisa. Los dos tienen la misma cara de alivio.


sábado, noviembre 15, 2014

Hasta la mejor persona se cansa de mover montañas por quién no mueve por ella ni una sola piedra

Hoy me siento cansado, pero.... No culpo a nadie y a la vez lo hago al mundo entero. Principalmente he hecho lo que quería en la vida, aceptando las dificultades y corrigiendo el rumbo en aquello que podía, levemente casi, en pequeños detalles.
De los errores me levanto como me han enseñado. Viendo tanto dolor alrededor, quien soy yo para quejarme. Si la vida y el destino juegan con nosotros y sin desearlo nos apartan de este mundo cuando menos lo esperamos...., ¿en realidad puedo quejarme?.
Si son nuestras las victorias, también lo son nuestros fracasos. Acepto de mala gana perder una batalla, pero no me doy por vencido, no perderé la guerra. No esperaré a que todos se levanten para hacerlo yo. No seré cómplice del desanimo y la derrota y cada uno de mis actos me han de llevar a ganar. No quiero ser un cobarde.
Si tengo presente, es por haber vivido el pasado y recuerdo cada buen momento para comenzar. Ninguno tan rotundo como para abandonar. Ninguno de mis recuerdos me sirve para claudicar y abandonar..., no tengo justificación para dejar de luchar. No soy un niño y aunque hoy estoy cansado..., mañana será otro día.
He aprendido de los más fuertes. De mi madre, de mi padre de los que lucharon como ellos por mi y para mi, pensando más en mi destino y mi futuro que en ellos mismos. He aprendido y me acuerdo de quienes han muerto pensando y luchando por los demás, por los que quieren.

Las relaciones inadecuadas


"La dependencia afectiva a la pareja tarde o temprano genera sufrimiento y depresión. Millones de personas en todo en mundo son víctimas de relaciones amorosas inadecuadas y no saben qué hacer al respecto, ya que el miedo a la pérdida, a la... soledad o al abandono contamina el vínculo amoroso y lo vuelve altamente vulnerable. Un amor inseguro es una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento y lastimarnos profundamente. Sin embargo, y al contrario de lo que parece establecer nuestra cultura, sí es posible amar con independencia y aun así seguir amando. Es posible eliminar las ataduras psicológicas y, pese a todo, mantener vivo el fuego del amor”.

Walter Riso.

viernes, noviembre 07, 2014

¿Juntos el resto de la vida?

Te casas con alguien porque te gusta quién es. La gente cambia. Tenlo en cuenta. No te cases con alguien por quién es, o por quien tú quieres que sea. Cásate con alguien por la persona en que se va a convertir. Y luego pásate la vida acompañándole en su desarrollo, al tiempo que él te acompaña en el tuyo.
El matrimonio no acaba con la soledad. Estar vivo significa estar solo. Es parte de la condición humana. El matrimonio no cambia la condición humana. No puede evitar por completo la soledad. Y cuando nos sentimos solos, culpamos a nuestra pareja por hacer algo mal, o buscamos compañía en otra parte. El matrimonio debe ser un lugar en el que dos humanos comparten la experiencia de la soledad y, al compartirla, crean momentos en los que esa soledad se disipa. Durante algún instante.
La carga de la vergüenza. Sí, todos la llevamos. Nos pasamos la mayor parte de nuestra adolescencia y juventud intentando fingir que nuestra vergüenza no existe. Por eso, cuando la persona que amamos la provoca en nosotros, le culpamos porcrearla. Y exigimos que lo arregle. No obstante, lo cierto es que ellos no la crearon y ellos no pueden arreglar la situación. A veces, la mejor terapia matrimonial es la terapia individual en la que trabajamos para curar nuestra propia vergüenza y para no transferirla a nuestros seres queridos.
El ego gana. Todos lo tenemos. Dimos con él sin buscarlo. Probablemente, apareció en el colegio, la primera vez que un niño se portó como un capullo con nosotros. O quizás incluso antes, si algún miembro de nuestra familia ya lo hizo. El ego era algo bueno. Nos mantuvo a salvo de las flechas y las lanzas emocionales. Pero, ahora que hemos crecido y nos hemos casado, el ego es un muro que separa. Es el momento de derribarlo. Basta con mostrarse abiertos en vez de a la defensiva, perdonar en vez de vengarse, pedir disculpas en vez de culparse, exhibirvulnerabilidad en vez de fuerza y delicadeza en vez de poder.
La vida es un caos y el matrimonio es vida. Por tanto, el matrimonio es un caos también. Y cuando las cosas dejan de funcionar a la perfección, empezamos a culpar a nuestra pareja por los problemas. Añadimos un caos innecesario al desastre de por sí inevitable que es la vida y el amor. Tenemos que dejar de señalar con el dedo y empezar a entrelazarlos. Entonces, seremos capaces de caminar y superar el caos de la vida juntos. Libres de culpa y de vergüenza.
La empatía es compleja. Por su naturaleza, la empatía no puede ocurrir simultáneamente entre dos personas. Siempre hay uno de la pareja que tiene que ir primero, y sin garantías de que sea recíproco. Se corre un riesgo. Es un sacrificio. Por tanto, la mayoría esperamos a que nuestra pareja dé el primer paso. El tira y afloja de la empatía puede llevarnos toda la vida. Además, cuando un miembro finalmente se tira a la piscina, puede darse un panzazo. Lo cierto es que las personas que amamos tienen fallos y nunca serán el espejo perfecto que nos gustaría. Pero, ¿podemos quererlos pese a todo y dar nosotros mismos el primer paso hacia la empatía?
Nos preocupamos más de nuestros hijos que de la persona que nos ayudó a crearlos. Nuestros hijos nunca deberían ser más importantes que nuestro matrimonio, pero tampoco menos. Si son más importantes, esos diablillos lo notarán y lo utilizarán para crear divisiones y polémica. Si son menos importantes, harán todo lo posible por que se les dé prioridad. La familia consiste en un trabajo continuo y constante para encontrar el equilibro.
La lucha de poder oculta. La mayoría de los conflictos en el matrimonios son, al menos en parte, una negociación en torno al nivel de interconexión entre los amantes. Los hombres normalmente quieren menos. Las mujeres normalmente quieren más. A veces, estos roles están invertidos. Pero, independientemente de ello, cuando lees entre líneas la mayoría de las peleas, ésta es la pregunta que te encuentras: ¿Quién decide cuánta distancia mantenemos entre nosotros? Si no hacemos esta pregunta explícitamente, discutiremos por ella de forma implícita. Para siempre.
Ya no sabemos cómo mantener el interés en una cosa o en una persona.Vivimos en un mundo que atrae nuestra atención de millones de formas diferentes. La práctica de la meditación -atender a una cosa, volver luego nuestra atención hacia ella cuando nos distraemos, y repetirlo una y otra vez- es un arte esencial. Cuando nos vemos obligados a prestar atención a todas las cosas que brillan y a seguir para adelante cuando nos aburrimos un poco, hacer de nuestra vida una meditación sobre la persona que queremos supone un acto revolucionario. Y es imprescindible para que un matrimonio sobreviva y prospere.
Como terapeuta, puedo enseñar a una pareja a comunicarse en una hora. No es complicado. Pero para controlar a los agitadores que empezaron la pelea... Bueno, eso lleva una vida entera.
Y aun así.
Es una vida entera que nos forma como personas que se convierten en versiones más amables de nosotros mismos, que pueden soportar el peso de la soledad, que se han liberado de la carga de la vergüenza, que han construido puentes, que han aceptado el caos de estar vivos, que se arriesgan por la empatía y perdonan las decepciones, que quieren a todo el mundo con el mismo fervor, que dan y toman y se comprometen, y que se han entregado a una vida de presencia, conciencia y atención.
Así que ésa es una vida por la que merece la pena luchar.

miércoles, noviembre 05, 2014

Desterremos las malas costumbres y adquiramos las buenas


La mayoría de nosotros vive pensando que esto será eterno. Que somos inmortales y que las desgracias solo le pasan al de al lado. Vivimos inmersos en una ignorancia que nos hace débiles y solo lamentamos lo ocurrido cuando ya es demasiado tarde.
Y es que…
Tenemos la mala costumbre de dejar para luego, de reír poco y de querer hacerlo mañana. Tenemos la mala costumbre de echar de menos, en lugar de hacerlo de más. La mala costumbre de usar los luegos y no los ahoras. Luego te llamo, luego te escribo, luego te contesto, luego nos vemos. Y obviamente nunca llamó, nunca escribió, nunca contestó y nunca fue visto. Tenemos la mala costumbre de querer tarde. De valorar tarde. De pedir perdón demasiado pronto. Debería haber un número máximo de perdones. Perdonar nos hace grandes, de acuerdo, pero cuando tienes que perdonar todos los días, al final un lo siento se convierte en el comodín de cualquier pretexto injustificado, innecesario e inmerecido. Tenemos la mala costumbre de defender al malo y descuidar al bueno. De contar mentiras tra la rá y de tener que hacer un máster para descubrir verdades. Mantenemos en nuestra vida “amigos” porque sí y llenamos nuestras agendas de compromisos a los que realmente no queremos ir. Tenemos la mala costumbre de sentirnos mal por decir no y de creernos mejores por decir si.
Tenemos la mala costumbre de esperar a un cáncer, a una mala noticia o a una llamada de que alguien querido se nos fue, para tomar las riendas de nuestra vida y empezar a apreciar cada puesta de sol, cada mañana que te levantas de la cama y cada luna que abrazas en tu almohada. Tenemos la mala costumbre de usar el descuido a diario, olvidando que los pequeños detalles importan, que los pequeños detalles construyen grandes caminos y que cada lunes, puede ser el mejor día de la semana. Tenemos la mala costumbre de quejarnos por todo, de culpar siempre al otro porque claro, tú eres un ser perfecto y nunca, nunca, haces nada. Siempre es la parte contraria. Decimos muy pocos te quieros y hacerlo por primera vez es como “buf que va, no vaya a ser que se asuste”. ¿Asustarse de qué? ¿Cómo una persona puede asustarse porque alguien le quiera?.
Asústate si algún día te vas a la cama sin sentir que quieres a otra persona.
Asústate el día que te vayas a dormir sin decirle a esa persona lo importante que es para ti.
Asústate cuando no le des besos a tu madre y a tu padre.
Asústate cuando seas incapaz de abrazar a alguien y sentir esa sensación tan extraordinaria que producen los abrazos.
Asústate cuando las defensas de tu cuerpo se hayan vuelto inmunes al dolor ajeno.
Y cuando veas una injusticia y no hagas absolutamente nada para remediarlo.
Asústate cuando pases un solo día sin ayudar a alguien.
Asústate de verdad, porque créeme. Estás muerto.
Y es que…
Tenemos la mala costumbre de trabajar demasiado, de cargar con una mochila llena de cosas innecesarias y de comer más de lo que nuestro cuerpo necesita. Tenemos la mala costumbre de creernos mejores que los demás, de bailar poco, fumar mucho y respirar a medias. Tenemos la mala costumbre de ir caminando por las calles de nuestra ciudad mirando al suelo, o a nuestro teléfono móvil. ¿Alguna vez te has dado cuenta de lo bonitos que son los edificios de esas calles por las que pasas a diario? Por no hablar de la luz de las estrellas.
Tenemos la mala costumbre de empezar el gimnasio la semana que viene. De cuidarnos cuando ya es demasiado tarde y de tomar vitaminas cuando estamos enfermos. Tenemos la mala costumbre de creer que el pelo de aquella es mejor que el nuestro. Que su suerte es nuestra desdicha y de compararnos como si fuésemos presa de alguien que busca en comparadores de Internet. Tenemos la mala costumbre de medirnos por nuestros estudios o por nuestra altura. De confundir la belleza con la delgadez y de creernos que no somos capaces de conseguirlo, porque alguien una vez así, nos lo hizo creer. Y no fue nadie más que tú mismo.
Tenemos la mala costumbre de apuntarnos a clases de idiomas, cuando ni siquiera dominamos el nuestro. De querer conocer mundo y viajar lo más lejos posible cuando aún, nos quedan lugares maravillosos por descubrir en nuestra propia tierra. Tenemos la mala costumbre de comer animales, de contaminar el mundo y de lavar la ropa en vez de nuestras conciencias. Tenemos la mala costumbre de escuchar poco y hablar demasiado. De dar consejos y juicios de valor sin ser conscientes del poder que pueden llegar a tener nuestras palabras. Dejamos demasiado pronto y tenemos muy poca paciencia. Objetos de usar y tirar, sin importarnos lo más mínimo su destino. Tenemos la mala costumbre de creernos que lo sabemos todo. Cuando realmente, no tenemos idea de nada.
Wasapeamos mucho,
dormimos demasiado
y follamos poco.
Nos pasamos media vida o vida entera, soñando esa vida perfecta que nos gustaría tener. Cuando somos ajenos a que realmente la vida perfecta es ahora. Es cada momento, cada instante de los segundos que marca el reloj de tus días. Es cada oportunidad, cada sonrisa, cada beso y cada vez que te enamoras. ¡ENAMORÉMONOS TODOS LOS DÍAS DE NUESTRA VIDA! No pongas barreras a tu corazón y deja los prejuicios para aquellos que llevan el cartel de cobarde escrito en tinta permanente. Ni con disolvente se va.
Empieza a acostumbrarte a esta vida que a veces es dura. Terriblemente dura. Pero no te lamentes ni te vayas nunca a la cama habiendo hecho daño alguien. Habiendo dejado para luego esos ahoras que nunca llegaron. No habiendo cumplido ese sueño que tanto querías, no habiendo hecho unos kilómetros de más ese día porque tu cuerpo estaba cansado. No permitas que alguien fallezca para luego recordarlo y decirle mirando su foto, cuánto le querías. No dejes que la rutina o la sensación de eternidad descuide lo verdaderamente importante de tu vida.
En definitiva, no dejes que la mala costumbre sea la invitada de honor en los días que te quedan por vivir a partir de hoy.
Quiere ahora, no mañana.