La vida es hermosa y fugaz como una noche de fuegos artificiales. Cada día que vivimos es un cohete que asciende lentamente, se mantiene suspendido durante un segundo en el cielo y explota pulsando el interruptor de un millón de luces. Un destello que parece eterno pero que, desde el mismo momento que nace, va perdiendo intensidad hasta fundirse en la oscuridad del sueño.
Somos una colección de momentos y los vamos quemando asomados a la barandilla de nuestra vida. Algunos suben muy alto y revientan con estruendo. Otros se apagan en silencio. Hay instantes que son una cascada, una palmera o una japonesa. Y, a veces, con suerte, unos cuantos minutos se agrupan hasta formar una gran traca. Así vamos quemando las horas, las semanas, los años. El recuerdo de lo vivido perdura mientras hay restos de humo y olor a pólvora. Luego el viento se encarga de difuminarlo en el olvido.
Fuegos. Parece absurdo dedicar tanto tiempo y esfuerzo a crear algo para quemarlo en unos pocos minutos. Y, sin embargo, esos momentos mágicos consiguen cada día que miles de personas abramos la boca como niños. Una noche de fuegos, un instante de nuestra vida es un momento único e irrepetible. Una sonrisa negada, un beso ahorrado, un enfado absurdo son petardos mojados. Oportunidades perdidas que nunca volverán a presentarse.
La vida es hermosa y fugaz como una noche de fuegos. Explota cada segundo como si fuera el último. Ilumina con tu sonrisa esta noche estrellada.
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