Sentada a mi lado, con lágrimas en sus ojos, Justina, mi abuela del corazón, me contó:
“Cuando conocí a Francisco yo tenía trece y él dieciocho. Recuerdo que fue en una fiesta a la que había ido con mis padres. Él tocaba el bandoneón en una pequeña orquesta y no hizo falta más que mirarnos para quedar prendados el uno del otro.
Esa noche, bajo la rigurosa mirada de mi madre, cruzamos unas pocas palabras, pero fueron suficientes para acordar una cita.
Mi corta edad, sus años y su pasión por el bandoneón fueron motivos de la reacción de mis padres, que no aceptaron que lo volviera a ver. Sin embargo, el destino quería juntarnos. ¡Estábamos enamorados!
La iglesia del barrio fue testigo de nuestros encuentros y de su promesa frente al altar: Si no me caso con vos, no me casaré nunca.
Pero mi madre hizo lo imposible por separarnos, y finalmente un día lo dejé de ver.
Se fue lejos, a Buenos Aires, y por mucho tiempo no supe de él, hasta que llegaron noticias que decían que mi Francisco se había casado.
Decidí entonces que debía olvidarlo, arrancarlo de mi corazón.
Años más tarde, me casé con un buen hombre al que quise mucho, pero nunca amé. Tuve tres hijos a los cuales crié sola, porque cuando eran pequeños quedé viuda.
Un día, después de muchos años, encontré un viejo papel con un número de teléfono: el de Francisco.
Me preguntaba si después de tantos años sería posible saber algo de él. Decidí llamar, y del otro lado su voz me paralizó. Como pude, dije: soy yo, Justina, y el contestó: ¡Mi palomita, tantos años!
Mil cosas quisimos decir; finalmente decidimos que lo haríamos personalmente. Así fue que los pocos días viajó a Córdoba a verme y nos encontramos en un bar. Habían pasado treinta y tres años desde la última vez. No estábamos iguales, pero éramos los mismos.
Me confesó que nunca se había casado, que se había mantenido fiel a su promesa: Si no me caso con vos, no me casaré nunca.
El destino nos había juntado otra vez, pero ahora para siempre: nos casamos a los pocos meses.
Hoy estamos por cumplir treinta y tres años juntos, el mismo tiempo que estuvimos separados. Grandes ya, continuamos prodigándonos amor, y aunque nuestras manos tiemblen y nuestros pasos sean cada vez más lentos, seguimos andando juntos, recuperando aquel tiempo de juventud que nos robó la vida."
No hay comentarios:
Publicar un comentario