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miércoles, noviembre 19, 2014

Cuando el pasado te sacude un cachetón

Pasaron once años separados, sin saber nada del otro: once. En ese intervalo los dos se casaron con terceros, llegando a enterrar casi al completo aquel tórrido romance, sin duda el más intenso de sus vidas. Ella tenía un hijo, el mismo que ahora viajaba a su lado, en mi taxi, de camino al dentista. Pero al girar por Ayala dirección Velázquez, de súbito pegó un respingo.
–¡Pare!– me dijo.
Era él, caminando distraído calle abajo. Ella bajó su ventanilla y gritó ¡Carlos! Él se giró hacia el taxi y, al ver y reconocer a Laura, se quedó petrificado. Se acercó tímido al taxi, observó al niño. Laura, qué sorpresa, dijo entonces. Y os juro que los ojos de los dos echaron chispas. No sabían qué decirse, pero fue uno de esos silencios con subtítulos. Finalmente él le tendió una tarjeta:
–En fin, llámame– le dijo a ella.
Y nos marchamos.
Y ella, en secreto, le acabará llamando. Y esa llamada, después de once años, acabará por romper en mil pedazos sus dos universos. Así de imprevisible y cruel es el amor a veces.

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