Harto de la situación, el señor que gobernaba desde la Atalaya de Luarca decidió intentarlo con sus propios hombres. Para ello, elaboró un ingenioso plan: saldrían al mar disfrazados de inofensivos pescadores para que Cambaral no dudara en atacar. El plan funcionó y la batalla fue muy dura.
Finalmente, el señor de Luarca atrapó a Cambaral, herido y agotado. Muy satisfecho, el señor se lo llevó a Luarca encadenado y, una vez allí, lo encerró y se fue a celebrar la victoria con sus hombres. Sin embargo, su hija, conmovida, se ofreció a curarle las heridas.
En la oscuridad de la celda, la hija del señor se enamoró de Cambaral. Y Cambaral se enamoró, a su vez, de la hija del señor. Se declararon su amor sabiendo que no había futuro posible. El señor de Luarca nunca lo aceptaría. Pero Cambaral tenía un plan…
Cuando se recuperó de sus heridas, volvieron su ingenio y su valentía, y el pirata trazó un plan para que pudieran escapar. Era un plan insensato pero no les importó. La noche que lo pusieron en práctica, recorrieron las callejuelas de Luarca hasta el muelle donde les esperaba atracado el barco de Cambaral con el que esperaban huir.
Ay… En el muelle les esperaba también el señor de Luarca, ciego de rabia. Los dos amantes, sabiendo que allí se acababa su aventura, se besaron. El señor de Luarca blandió el sable y, de un solo golpe, les cortó las cabezas. Éstas cayeron sin separar los labios en las aguas del puerto, allí donde ahora el puente del Beso cruza el río Negro.
No sólo queda el puente, todo un barrio de Luarca lleva el nombre del pirata y esta leyenda recuerda su amor con la hija del señor. De la Atalaya ya no queda nada más que una calle que lleva su nombre, y del señor que gobernaba desde ella tampoco hay recuerdo
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