'Los marinos de todas las latitudes aseguran que allí, a una milla de ese trágico promontorio que apadrina el duelo constante de los dos océanos más grandes del mundo, en el Cabo de Hornos, el diablo está fondeado con un par de toneladas de cadenas, que él arrastra, haciendo crujir sus grilletes en el fondo del mar en las noches tempestuosas y horrendas, cuando las aguas y las oscuras sombras parecen subir y bajar del cielo a esos abismos'. Francisco Coloane
Chile y la localidad holandesa de Hoorn celebran estos días el 400 aniversario del descubrimiento del Cabo de Hornos, el lugar más austral del continente americano, descubierto en enero de 1616 por una expedición holandesa que buscaba una nueva ruta comercial hacia Asia.
El faro de Cabo de Hornos, vigilado por un oficial de la Armada chilena
El mítico Cabo de Hornos es en realidad una isla donde solo se puede desembarcar con la mar en calma, saltando desde las lanchas hasta la escalera de madera que trepa por los acantilados. Allí se encuentra el auténtico faro del fin del mundo (en la novela homónima, Julio Verne lo sitúa al noroeste de la isla argentina de los Estados, más al norte), a cargo de un oficial de la Armada chilena que permanece allí con su familia durante un año.
El mítico Cabo de Hornos es en realidad una isla donde solo se puede desembarcar con la mar en calma, saltando desde las lanchas hasta la escalera de madera que trepa por los acantilados. Allí se encuentra el auténtico faro del fin del mundo (en la novela homónima, Julio Verne lo sitúa al noroeste de la isla argentina de los Estados, más al norte), a cargo de un oficial de la Armada chilena que permanece allí con su familia durante un año.
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