Las tiendas de lujo para obispos enfrentan una verdadera crisisAntes vendían sotanas bordadas en oro y zapatos especiales para los cardenales que querían imitar a Benedicto XVI.
Todo un lujo. Las tiendas vaticanas para cardenales y monjas no venden tantos productos. El estilo sobrio de Papa y sus palabras en favor de una “Iglesia pobre” causaron más de un dolor de cabeza entre los pasillos rojo purpúra de la vía Cestari, en el centro de Roma. En esta calle empedrada que lleva al Panteón desde los foros romanos, se concentran las más lujosas tiendas de paramentos sagrados.
En las vidrieras, hasta unos meses, estaban expuestos sotanas bordadas a mano y crucifijos en metales preciosos para obispos y cardenales. Pero la austeridad es franciscana y desaparecieron el oro y el terciopelo.
“Hasta marzo, esto era un ir y venir de cardenales y obispos de todo el mundo –se queja el director de la mas famosa “boutique sagrada”–. Pero ahora todo cambió. Antes querían imitar a Benedicto XVI que amaba usar mitras diferentes según la ocasión litúrgica. Ahora ya nadie quiere comprarnos”.
La mitra es la toca de forma alta y apuntada, con que se cubren las cabeza los obispos católicos. “Son hechas a manos y vendíamos siempre, por lo menos, una docena cada mes. Habían algunos viejos clientes que querían tener algunas, para poder cambiarse. Ahora es mucho si logramos vender una al mes. A ninguno le gusta pasar por vanidoso si el Papa recomienda sobriedad”, cuenta el director con ceño fruncido.
“Las sotanas talares siempre fueron un corte que no conoce crisis, es desde los tiempos de mis bisabuelas que las vendemos”, cuenta María, dueña de dos tiendas y de muchos anillos de oro que le aprietan los dedos. Ella es una institución en el rubro de los paramentos sacros. “Las sotanas salen desde los cuatroscientos hasta los dos mil euros y no podrían no ser caras con el trabajo profesional que incorporan. ¿Me crees si te digo que no logro vender ni una desde hace meses?”, pregunta asombrada por el nuevo curso de la historia que le tocó.
Claro, el Papa que lleva zapatos negros comunes y corrientes bajo el vestido blanco, no era el estilo de propaganda que la señora deseaba para su tienda de pantuflas de seda. Y ella, como buena vendedora, ni disfraza la molestia por tanta austeridad: “Bueno, el papa es el papa, no le puede caer mal a uno, pero me parece que podría darse un gusto cada tanto, tampoco es pecado, ¿no? El otro estaba más atento a la estética”, concluye un poco amargada.
Los tiempos dorados de la época Joseph Ratzinger, que llevaba pantuflas rojas diseñadas para él por Prada, ya son una era lejana en el Vaticano. La revolución en tema de estilo papal es total y también en la basílica de San Pedro hay a quien le cuesta acostumbrarse.
Antes del 18 de diciembre, fecha del cumpleaños de Jorge Bergoglio, el ceremonial vaticano estaba sacudido por el desosiego de no saber como festejar. ¿Un concierto? ¿Una cena? ¿Y si el festejado prefiere que el aniversario pase desapercibido? La idea de Bergoglio de hacer subir a almorzar con él algunos de los sin techo que andan por las cercanías de San Pedro, sacó el ceremonial del apuro, pero dejó incómoda la parte más conservadora de la Curia para la cual seguir el ejemplo de austeridad significa renunciar a privilegios asumidos.
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